jueves, 6 de abril de 2023

El Tiempo y la Eternidad

 


El Jueves Santo se juega sobre un contraste temporal sintetizable en el concepto de "la hora y el fin". Un itinerario que no se desdobla solo a lo largo de la vida de Jesús, sino que concierne también a Pedro y, en él, a todo discípulo.

Jesús viene a amar al hombre en el tiempo, en la hora que lo conduce a la Pasión de Cruz, pero su amor se proyecta hasta el final, en un "más allá" que traspasa los confines del tiempo mismo. En efecto, ese fin tiene muchos significados: hasta el último instante de vida; hasta la perfección, como cumplimiento de la propia misión; hasta darlo todo; hasta llegar a todo hombre; hasta atraer a todos a sí, al fin último de toda cosa creada; hasta un para siempre donde el amor será todo en todos [1].
El tiempo y el no tiempo están pues íntimamente conectados, porque la experiencia humana, histórica que Jesús vive en este mundo no es un fin en sí misma, sino que sigue una trayectoria que la supera, en una continuación que procede ininterrumpida en el "futuro" sin coordenadas temporales.
También lo que sucede a partir del diálogo con Pedro parece querer indicar esta misma verdad. «Tú no me lavarás los pies para siempre» / «El que se ha bañado, no necesita lavarse sino los pies y es todo puro. Por tanto, si yo, el Señor y el Maestro, os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies los unos a los otros. En efecto, os he dado un ejemplo para que también vosotros hagáis como yo os he hecho a vosotros» (Jn 13,8; 10; 14). Todo lo que Jesús hace en esta tierra adquiere valor con vistas a la eternidad, y en esto estamos todos involucrados: si Pedro será lavado entonces será puro para siempre, y si los discípulos serán lavados entonces tendrán que hacer lo mismo para los demás. La vida de Jesús es un paso de consignas: su donación es para que también nosotros nos entreguemos del mismo modo a los demás. Porque solo dando la vida podremos encontrarla en la resurrección.


En esta interacción entre presente y futuro, entre tiempo y eterno, el verdadero pegamento es el amor, como también san Pablo sabrá decir bien: «La caridad no tendrá fin» (1 Cor 13, 8). El amor con el que vivimos no se borra, sino que produce efectos duraderos, se inscribe en el libro verdadero de la vida, permanece cincelado en Dios, única y verdadera fuente del amor. De esto nos habla el servicio real que subyace al lavatorio de los pies, al mandamiento nuevo que Jesús nos deja en este Jueves de Pasión: «Como yo os he amado, amaos también vosotros los unos a los otros» (Jn 13,34). El amor no se agota porque Dios - el Amor verdadero - es inagotable. El mandamiento nuevo, entonces, es éste: amar en el tiempo para amar en la eternidad; amar ahora para amar hasta el final, en un paso continuo entre la historia y el infinito, entre el día que termina y el día sin ocaso. Entre nuestras dolorosas jornadas de pasión y el Domingo infinito que nos espera en la eternidad.

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