lunes, 23 de julio de 2012

Contra los malos pensamientos



Link: Contra los malos pensamientos  muestra porque debemos luchar contra los malos pensamientos.  Hay dos oraciones sobre este tema.

viernes, 13 de julio de 2012

Audiencia General del Santo Padre, 15 de Abril de 2011 (Santidad)

CIUDAD DEL VATICANO, viernes 15 de abril de 2011 - Santo Padre Benedicto XVI dirigió a los fieles reunidos en la plaza San Pedro , durante la Audiencia General .
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Queridos hermanos y hermanas,
en las Audiencias Generales de estos últimos dos años, nos han acompañado las figuras de muchos Santos y Santas: hemos aprendido a conocerles desde cerca y a entender que toda la historia de la Iglesia está marcada por estos hombres y mujeres que con su fe, con su caridad, con su vida fueron los faros de muchas generaciones, y lo son también para nosotros. Los santos manifiestan de muchos modos la presencia potente y transformadora del Resucitado; dejaron que Cristo tomase tan plenamente sus vidas que podían afirmar como san Pablo “no vivo yo, es Cristo que vive en mí” (Ga2,20). Seguir su ejemplo, recurrir a su intercesión, entrar en comunión con ellos, “nos une a Cristo, del cual, como de la Fuente y la Cabeza, emana toda la gracia y toda la vida del mismo Pueblo de Dios” (Conc. Ec. Vat. II, Cost. Dogm. Lumen gentium 50. Al final de este ciclo de catequesis, quisiera ofrecer alguna idea de lo que es la santidad.
¿Qué quiere decir ser santos? ¿Quién está llamado a ser santo? A menudo se piensa que la santidad es un objetivo reservado a unos pocos elegidos. San Pablo, sin embargo, habla del gran diseño de Dios y afirma: “En él – Cristo – (Dios) nos ha elegido antes de la creación del mundo, y
para que fuéramos santos e irreprochables en su presencia, por el amor” (Ef 1,4). Y habla de todos nosotros. En el centro del diseño divino está Cristo, en el que Dios muestra su Rostro: el Misterio escondido en los siglos se ha revelado en la plenitud del Verbo hecho carne. Y Pablo dice después: “porque Dios quiso que en él residiera toda la Plenitud” (Col 1,19). En Cristo el Dios viviente se ha hecho cercano, visible, audible, tangible de manera que todos puedan obtener de su plenitud de gracia y de verdad (cfr Jn 1,14-16). Por esto, toda la existencia cristiana conoce una única suprema ley, la que san Pablo expresa en un fórmula que aparece en todos sus escritos: en Cristo Jesús. La santidad, la plenitud de la vida cristiana no consiste en el realizar empresas extraordinarias, sino en la unión con Cristo, en el vivir sus misterios, en el hacer nuestras sus actitudes, sus pensamientos, sus comportamientos. La medida de la santidad vienen dada por la altura de la santidad que Cristo alcanza en nosotros, de cuanto, con la fuerza del Espíritu Santo, modelamos toda nuestra vida sobre la suya. Es el conformarnos a Jesús, como afirma san Pablo: “En efecto, a los que Dios conoció de antemano, los predestinó a reproducir la imagen de su Hijo” (Rm 8,29). Y san Agustín exclama: “Viva será mi vida llena de Ti (Confesiones, 10,28). El Concilio Vaticano II, en la Constitución sobre la Iglesia, habla con claridad de la llamada universal a la santidad, afirmando que nadie está excluido: “Una misma es la santidad que cultivan, en los múltiples géneros de vida y ocupaciones, todos los que son guiados por el Espíritu de Dios ...siguen a Cristo pobre, humilde y cargado con la cruz, a fin de merecer ser hechos partícipes de su gloria” (nº41).

Pero permanece la pregunta: ¿Cómo podemos recorrer el camino de santidad, responder a esta llamada? ¿Puedo hacerlo con mis fuerzas? La respuesta está clara: una vida santa no es fruto principalmente de nuestro esfuerzo, de nuestras acciones, porque es Dios, el tres veces Santo ( (cfr Is 6,3), que nos hace santos, y la acción del Espíritu Santo que nos anima desde nuestro interior, es la vida misma de Cristo Resucitado, que se nos ha comunicado y que nos transforma. Para decirlo otra vez según el Concilio Vaticano II: “Los seguidores de Cristo, llamados por Dios no en razón de sus obras, sino en virtud del designio y gracia divinos y justificados en el Señor Jesús, han sido hechos por el bautismo, sacramento de la fe, verdaderos hijos de Dios y partícipes de la divina naturaleza, y, por lo mismo, realmente santos. En consecuencia, es necesario que con la ayuda de Dios conserven y perfeccionen en su vida la santificación que recibieron” (ibid., 40). La santidad tiene, por tanto, su raíz principal en la gracia bautismal, en el ser introducidos en el Misterio pascual de Cristo, con el que se nos comunica su Espíritu, su vida de Resucitado, san Pablo destaca la transformación que obra en el hombre la gracia bautismal y llega a cuñar una terminología nueva, forjada con la preposición “con”: con-muertos, con-sepultados, con-resucitados, con-vivificados con Cristo; nuestro destino está vinculado indisolublemente al suyo. “Por el bautismo fuimos sepultados con él en la muerte, para que así como Cristo resucitó por la gloria del Padre, también nosotros llevemos una Vida nueva” (Rm 6,4). Pero Dios respeta siempre nuestra libertad y pide que aceptemos este don y vivamos las exigencias que comportan, pide que nos dejemos transformar por la acción del Espíritu Santo, conformando nuestra voluntad a la voluntad de Dios.
¿Cómo puede suceder que nuestro modo de pensar y nuestras acciones se conviertan en el pensar y en el actuar con Cristo y de Cristo? ¿Cuál es el alma de la santidad? De nuevo el Concilio Vaticano II precisa; nos dice que la santidad no es otra cosa que la caridad plenamente vivida. “Nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él. Dios es amor, y el que permanece en el amor permanece en Dios, y Dios permanece en él” (1Jn 4,16). Ahora, Dios ha difundido ampliamente su amor en nuestros corazones por medio del Espíritu Santo, que nos ha sido dado (cfr Rm 5,5); por esto el primer don y el más necesario es la caridad, con la que amamos a Dios sobre todas las cosas y al prójimo por amor a Él. Para que la caridad como una buena semilla, crezca en el alma y nos fructifique, todo fiel debe escuchar voluntariamente la Palabra de Dios, y con la ayuda de su gracia, realizar las obras de su voluntad, participar frecuentemente en los sacramentos, sobre todo en la Eucaristía y en la santa liturgia, acercarse constantemente a la oración, a la abnegación de sí mismo, al servicio activo a los hermanos y al ejercicio de toda virtud. La caridad, de hecho, es vínculo de la perfección y cumplimiento de la ley (cfr Col 3,14; Rm 13, 10), dirige todos los medios de santificación, da su forma y la conduce a su fin. Quizás también este lenguaje del Concilio Vaticano II es un poco solemne para nosotros, quizás debemos decir las cosas de un modo todavía más sencillo. ¿Qué es lo más esencial? Esencial es no dejar nunca un domingo sin un encuentro con el Cristo Resucitado en la Eucaristía, esto no es una carga, sino que es luz para toda la semana. No comenzar y no terminar nunca un día sin al menos un breve contacto con Dios. Y, en el camino de nuestra vida, seguir las “señales del camino” que Dios nos ha comunicado en el Decálogo leído con Cristo, que es simplemente la definición de la caridad en determinadas situaciones. Me parece que esta es la verdadera sencillez y grandeza de la vida de santidad: el encuentro con el Resucitado el domingo; el contacto con Dios al principio y al final de la jornada; seguir, en las decisiones, las “señales del camino” que Dios nos ha comunicado, que son sólo formas de la caridad. De ahí que la caridad para con Dios y para con el prójimo sea el signo distintivo del verdadero discípulo de Cristo. (Lumen gentium, 42). Esta es la verdadera sencillez, grandeza y profundidad de la vida cristiana, del ser santos.
He aquí el porqué de que San agustín, comentando el cuarto capítulo de la 1ª Carta de San Juan puede afirmar una cosa sorprendente: "Dilige et fac quod vis", “Ama y haz lo que quieras”. Y continúa: “Si callas, calla por amor; si hablas, habla por amor, si corriges, corrige por amor, si perdonas, perdona por amos, que esté en ti la raíz del amor, porque de esta raíz no puede salir nada que no sea el bien” (7,8: PL 35). Quien se deja conducir por el amor, quien vive la caridad plenamente es Dios quien lo guía, porque Dios es amor. Esto significa esta palabra grande: "Dilige et fac quod vis", “Ama y haz lo que quieras”.
Quizás podríamos preguntarnos: ¿podemos nosotros, con nuestras limitaciones, con nuestra debilidad, llegar tan alto? La Iglesia, durante el Año Litúrgico, nos invita a recordar a una fila de santos, quienes han vivido plenamente la caridad, han sabido amar y seguir a Cristo en su vida cotidiana. Ellos nos dicen que es posible para todos recorrer este camino. En todas las épocas de la historia de la Iglesia, en toda latitud de la geografía del mundo, los santos pertenecen a todas las edades y a todo estado de vida, son rostros concretos de todo pueblo, lengua y nación. Y son muy distintos entre sí. En realidad, debo decir que también según mi fe personal muchos santos, no todos, son verdaderas estrellas en el firmamento de la historia. Y quisiera añadir que para mí no sólo los grandes santos que amo y conozco bien son “señales en el camino”, sino que también los santos sencillos, es decir las personas buenas que veo en mi vida, que nunca serán canonizados. Son personas normales, por decirlo de alguna manera, sin un heroísmo visible, pero que en su bondad de todos los días, veo la verdad de la fe. Esta bondad, que han madurado en la fe de la Iglesia y para mi la apología segura del cristianismo y la señal de donde está la verdad.
En la comunión con los santos, canonizados y no canonizados, que la Iglesia vive gracias a Cristo en todos sus miembros, nosotros disfrutamos de su presencia y de su compañía y cultivamos la firme esperanza de poder imitar su camino y compartir un día la misma vida beata, la vida eterna.
Queridos amigos, ¡qué grande y bella, y también sencilla, es la vocación cristiana vista desde esta luz! Todos estamos llamados a la santidad: es la medida misma de la vida cristiana. Una vez más san Pablo lo expresa con gran intensidad cuando escribe: “Sin embargo, cada uno de nosotros ha recibido su propio don, en la medida que Cristo los ha distribuido...  El comunicó a unos el don de ser apóstoles, a otros profetas, a otros predicadores del Evangelio, a otros pastores o maestros. Así organizó a los santos para la obra del ministerio, en orden a la edificación del Cuerpo de Cristo, hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, al estado de hombre perfecto y a la madurez que corresponde a la plenitud de Cristo” (Ef 4,7.11-13). Quisiera invitaros a todos a abriros a la acción del Espíritu Santo, que transforma nuestra vida, para ser, también nosotros, como piezas del gran mosaico de santidad que Dios va creando en la historia, para que el Rostro de Cristo resplandezca en la plenitud de su fulgor. No tengamos miedo de mirar hacia lo alto, hacia la altura de Dios; no tengamos miedo de que Dios nos pida demasiado, sino que dejemos guiarnos en todas las acciones cotidianas por su Palabra, aunque si nos sintamos pobres, inadecuados, pecadores: será Él el que nos transforme según su amor. Gracias.

El Espíritu Santo





Tomado del Catecismo de la Iglesia Católica:

"798 El Espíritu Santo es "el principio de toda acción vital y verdaderamente saludable en todas las partes del cuerpo" (Pío XII, Mystici Corporis: DS 3808). Actúa de múltiples maneras en la edificación de todo el cuerpo en la caridad (cf. Ef 4, 16): por la Palabra de Dios, "que tiene el poder de construir el edificio" (Hch 20, 32), por el Bautismo mediante el cual forma el Cuerpo de Cristo (cf. 1 Co 12, 13); por los sacramentos que hacen crecer y curan a los miembros de Cristo; por "la gracia concedida a los apóstoles" que "entre estos dones destaca" (LG 7), por las virtudes que hacen obrar según el bien, y por las múltiples gracias especiales [llamadas "carismas"] mediante las cuales los fieles quedan "preparados y dispuestos a asumir diversas tareas o ministerios que contribuyen a renovar y construir más y más la
Iglesia" (LG 12; cf. AA 3)."

Oración para rezar después de la Santa Comunión

Link:  Oración para rezar después de la Santa Comunión

Dejame Amarte Mi Jesús

Mi Jesús
Hay veces cuando pienso en tu agonía
Y soy testigo de tu amor divino
Hay veces que quisiera no ser yo
E imitando tu amor amarte con mi vida.

Mas me limitan esos mis afanes
Mas me limitan esos mis errores
Y se el pecado me aleja de ti
Mas tu misericordia más me acerca.

Bendito sea tu nombre y sea ensalzado,
Jesús, amor de amores,
Rey de reyes
Y pueda yo alabarte, llana, humana.

Déjame amarte más de lo posible,
Déjame que te siga, bien amado,
Que con tu luz se iluminen mis días
Y llegada la tarde encuentre en ti, mi vida.

EN LA CONFESIÓN SE REALIZA LA MISERICORDIA DE DIOS

Santa Catalina de Siena, Doctora de la Iglesia: Los Diálogo 75. 

"También recibe el alma de otra manera este bautismo, hablando de un modo figurado, por especial providencia de mi divina caridad. Yo conocía la debilidad y fragilidad del hombre, que le lleva a ofenderme. No que se vea forzado por ella ni por ninguna otra cosa a cometer la culpa, si él no quiere, sino que, como frágil, cae en culpa de pecado mortal, por la que pierde la gracia que recibió en el santo bautismo en virtud de la Sangre. Por esto fue necesario que la divina Caridad proveyese a dejarles un bautismo continuo de la Sangre. Este bautismo se recibe con la contrición del corazón y con la santa confesión, hecha, cuando tienen posibilidad de ello, a los pies de mis ministros, que tienen la llave de la Sangre. Esta Sangre es la que la absolución del sacerdote hace deslizar por el semblante del alma.

Si la confesión es imposible, basta la contrición de! corazón. Entonces es la mano de mi clemencia la que os da el fruto de esta preciosa sangre. Mas, pudiendo confesaros, quiero que lo hagáis. Quien pudiendo no la recibe, se ha privado del precio de la Sangre. Es cierto que en el último momento, si el alma la desea y no la puede haber, también la recibirá; pero no haya nadie tan loco que con esta esperanza aguarde a la hora de la muerte para arreglar su vida, porque no está seguro de que, por su obstinación, yo en mi divina justicia, no le diga: "Tú no te acordaste de mí en vida, mientras tuviste tiempo, tampoco yo me acuerdo de ti en la hora de la muerte". Que nadie, pues, se fíe, y si alguien, por su culpa, lo hizo hasta ahora, no dilate hasta última hora el recibir este bautismo de la esperanza en la Sangre. Puedes ver, pues, cómo este bautismo es continuo, en el que el alma debe ser bautizada hasta el final de su vida.

En este bautismo conoce que mi operación (es decir, el tormento de la cruz) fue finita, pero el fruto del tormento que por mí habéis recibido es infinito en virtud de la naturaleza divina, que es infinita, unida con la naturaleza humana, finita, que fue la que sufrió en mí. Verbo, vestido de vuestra humanidad. Mas porque una naturaleza está unida y amasada con la otra, la Deidad eterna trajo de sí e hizo suya la pena que yo sufrí con tanto fuego de amor. Por esto puede llamarse infinita esta operación, no porque lo sea el sufrimiento actual del cuerpo y el sufrimiento que me proporcionaba el deseo de cumplir vuestra redención (ya que ambas terminaron en la cruz cuando el alma se separó del cuerpo), pero el fruto, que proviene del sufrimiento y del deseo de vuestra salvación, sí es infinito. Por esto lo recibís infinitamente. Si no hubiese sido infinito, no habría sido restaurado todo el género humano: pasados, presentes y venideros. Ni el hombre cuando peca podría levantarse después de su pecado, si no fuera infinito este bautismo de la Sangre que se os ha dado, es decir, si no fuera infinito su fruto.

Esto os manifesté en la apertura de mi costado, donde halláis los secretos del corazón, demostrándoos que os amo mucho más de lo que puedo manifestar con un tormento finito. ¿En qué te he revelado que es infinito? En el bautismo de la Sangre, unido con el fuego de mi caridad, derramada por amor, con el bautismo general, dado a los cristianos y a quienes quieran recibirlo, del agua, unido con la Sangre y con el fuego, en que el alma se amasa con mi Sangre. Para dároslo a entender, quise que del costado saliese sangre y agua. Con esto he querido responder a lo que tú me preguntabas."