martes, 28 de abril de 2020

Isaias 58:11

"... y serás como un jardín bien regado, como un manantial al que no le falta agua."




Ayer coloreé esta cita bíblica en una Biblia que me regalaron en mi cumpleaños hace dos años.  Me pareció tan hermosa, sobretodo porque me gustan los jardines.  Imagine el jardín siendo regado por el amor de Dios, que es así como todo subsiste.  Si lo vemos en contexto, dice la biblia que esto pasará si practicamos la justicia, y ayunamos un ayuno misericordioso, al menos así lo entendí yo.  Ojalá y veamos más allá de nuestras propias necesidades como nos pide el Papa Francisco, y ayudemos con la medida del amor, que es amar sin medida, ayudar sin medida.  No por ende caridad en la cristiandad es sinónimo de amor, no es dar lo que te sobra, es compartir por amor.  Y entonces seremos ese jardín, lleno de flores, ese manantial que da de beber del amor de Dios, que es su fuente.  En mis notas escribí que me gustaría ser un rayo de luz para iluminar con la luz de Jesús, y leyendo la cita bíblica y pensado en este blog. ojalá y sea como una flor de luz, que esparce su aroma al menos en este blog, en este, mi jardín, el aroma del amor de Dios .




sábado, 18 de abril de 2020

Misericordia

Mañana celebramos el Domingo de la Divina Misericordia.  Dice Jesús a Santa Faustina, que esta fiesta nació de las entrañas de su misericordia.  Es decir, Jesús ama tanto a los pecadores, que nos deja este Domingo como indulgencia: confesarnos, comulgar y rezar la Coronilla de la Divina Misericordia.  Escuchaba a Eduardo Verastegui decir, que a pesar de las circunstancias por la cuarentena, aún podemos hacer acto de contricción y comunión espiritual, y rezar la coronilla en nuestros hogares a las 3 de la tarde.  Extrañare sin embargo cantarla en mi parroquia, como lo hacia desde que se empezó a celebrar ahí, bilingüe.  Es buena oportunidad para decir con absoluta confianza y convicción: Jesús en Ti confio. Jezu Ufam Tobie.


domingo, 12 de abril de 2020

No temas

Resucitó! El vive,
Jesús el Nazareno
Triunfó sobre la muerte,
Por qué he de tener miedo?
Caminó sobre el agua!
Multiplicó los panes!
Hizo ver a los ciegos!
Lisiados caminaron,
Y a muertos devolvió la vida
Pues El reina sobre la vida y muerte
¿Por qué he de tener miedo?
A los demonios?
No! El los sacó de las almas .
A las tormentas?
No! El detuvo al viento.
El habla y el universo entero
Presta oido,
Por qué he de tener miedo?
Venció por mi al pecado,
Venció por mi a la muerte,
Resucitó El primero...
Porque es Primero en todo,
Porque todo lo puede,
El es nuestra esperanza,
El es la vida,
Quien cree en El no muere!
Crees esto? te pregunta,
Si crees esto, no temas,
Que nada es imposible,
Para El, que vive y reina!


Si, El, Jesús, nuestra esperanza.



viernes, 10 de abril de 2020

Hebreos 9:14






Hebreos 9:14

14 Pero si esto es así, ¡cuánto más poder tendrá la sangre de Cristo! Pues por medio del Espíritu eterno, Cristo se ofreció a sí mismo a Dios como sacrificio sin mancha, y su sangre limpia nuestra conciencia de las obras que llevan a la muerte, para que podamos servir al Dios viviente.

martes, 7 de abril de 2020

Jardín

Me ama mi Dios!
Entre tanta tristeza habla conmigo
A través de su Eucaristía desde Colombia!
Luego me lleva a un jardín
Y entre las copas de los árboles,
Me muestra un pájaro,
Y me calma mis ansias
Con la melodía de una fuente
Y el murmullo del viento meciendo hojas.

Indigna

Indigna
Como soy,
Asi te clamo.
Yo que algún día
Soñé con ser un angel
Soy solo humana,
Humana e imperfecta,
Mira el dolor que ha causado el pecado,
Ten piedad de mi alma.
Sana mi herida.
Tu que ha todos amas,
No has de tener para mi
Aunque sea un poco 
De tu  amor divino
Y misericordia para quien
Arrepentida pide perdón
Publicamente
Y casi derrotada.
Me rindo ante ti,
Sola no puedo,
Continuar con la lucha
Desarmada,
Armame de la fe en Jesús
Que es mi esperanza
Llename de su luz,
Limpia mi alma.


domingo, 5 de abril de 2020

Homilía del. Santo Papa - Domingo de Ramos

Jesús «se despojó de sí mismo tomando la condición de esclavo» (Flp 2,7). Con estas palabras del apóstol Pablo, dejémonos introducir en los días santos, donde la Palabra de Dios, como un estribillo, nos muestra a Jesús como siervo: el siervo que lava los pies a los discípulos el Jueves santo; el siervo que sufre y que triunfa el Viernes santo (cf. Is 52,13); y mañana, Isaías profetiza sobre Él: «Mirad a mi Siervo, a quien sostengo» (Is 42,1). Dios nos salvó sirviéndonos. Normalmente pensamos que somos nosotros los que servimos a Dios. No, es Él quien nos sirvió gratuitamente, porque nos amó primero. Es difícil amar sin ser amados, y es aún más difícil servir si no dejamos que Dios nos sirva.
Pero, una pregunta: ¿Cómo nos sirvió el Señor? Dando su vida por nosotros. Él nos ama, puesto que pagó por nosotros un gran precio. Santa Ángela de Foligno aseguró haber escuchado de Jesús estas palabras: «No te he amado en broma». Su amor lo llevó a sacrificarse por nosotros, a cargar sobre sí todo nuestro mal. Esto nos deja con la boca abierta: Dios nos salvó dejando que nuestro mal se ensañase con Él. Sin defenderse, sólo con la humildad, la paciencia y la obediencia del siervo, simplemente con la fuerza del amor. Y el Padre sostuvo el servicio de Jesús, no destruyó el mal que se abatía sobre Él, sino que lo sostuvo en su sufrimiento, para que sólo el bien venciera nuestro mal, para que fuese superado completamente por el amor. Hasta el final.
El Señor nos sirvió hasta el punto de experimentar las situaciones más dolorosas de quien ama: la traición y el abandono.
La traición. Jesús sufrió la traición del discípulo que lo vendió y del discípulo que lo negó. Fue traicionado por la gente que lo aclamaba y que después gritó: «Sea crucificado» (Mt 27,22). Fue traicionado por la institución religiosa que lo condenó injustamente y por la institución política que se lavó las manos. Pensemos en las traiciones pequeñas o grandes que hemos sufrido en la vida. Es terrible cuando se descubre que la confianza depositada ha sido defraudada. Nace tal desilusión en lo profundo del corazón que parece que la vida ya no tuviera sentido. Esto sucede porque nacimos para amar y ser amados, y lo más doloroso es la traición de quién nos prometió ser fiel y estar a nuestro lado. No podemos ni siquiera imaginar cuán doloroso haya sido para Dios, que es amor.
Examinémonos interiormente. Si somos sinceros con nosotros mismos, nos daremos cuenta de nuestra infidelidad. Cuánta falsedad, hipocresía y doblez. Cuántas buenas intenciones traicionadas. Cuántas promesas no mantenidas. Cuántos propósitos desvanecidos. El Señor conoce nuestro corazón mejor que nosotros mismos, sabe que somos muy débiles e inconstantes, que caemos muchas veces, que nos cuesta levantarnos de nuevo y que nos resulta muy difícil curar ciertas heridas. ¿Y qué hizo para venir a nuestro encuentro, para servirnos? Lo que había dicho por medio del profeta: «Curaré su deslealtad, los amaré generosamente» (Os 14,5). Nos curó cargando sobre sí nuestra infidelidad, borrando nuestra traición. Para que nosotros, en vez de desanimarnos por el miedo al fracaso, seamos capaces de levantar la mirada hacia el Crucificado, recibir su abrazo y decir: “Mira, mi infidelidad está ahí, Tú la cargaste, Jesús. Me abres tus brazos, me sirves con tu amor, continúas sosteniéndome... Por eso, ¡sigo adelante!”.
El abandono. En el Evangelio de hoy, Jesús en la cruz dice una frase, sólo una: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» (Mt 27,46). Es una frase dura. Jesús sufrió el abandono de los suyos, que habían huido. Pero le quedaba el Padre. Ahora, en el abismo de la soledad, por primera vez lo llama con el nombre genérico de “Dios”. Y le grita «con voz potente» el “¿por qué?”, el porqué más lacerante: “¿Por qué, también Tú, me has abandonado?”. En realidad, son las palabras de un salmo (cf. 22,2) que nos dicen que Jesús llevó a la oración incluso la desolación extrema, pero el hecho es que en verdad la experimentó. Comprobó el abandono más grande, que los Evangelios testimonian recogiendo sus palabras originales.
¿Y todo esto para qué? Una vez más por nosotros, para servirnos. Para que cuando nos sintamos entre la espada y la pared, cuando nos encontremos en un callejón sin salida, sin luz y sin escapatoria, cuando parezca que ni siquiera Dios responde, recordemos que no estamos solos. Jesús experimentó el abandono total, la situación más ajena a Él, para ser solidario con nosotros en todo. Lo hizo por mí, por ti, por todos nosotros, lo ha hecho para decirnos: “No temas, no estás solo. Experimenté toda tu desolación para estar siempre a tu lado”. He aquí hasta dónde Jesús fue capaz de servirnos: descendiendo hasta el abismo de nuestros sufrimientos más atroces, hasta la traición y el abandono. Hoy, en el drama de la pandemia, ante tantas certezas que se desmoronan, frente a tantas expectativas traicionadas, con el sentimiento de abandono que nos oprime el corazón, Jesús nos dice a cada uno: “Ánimo, abre el corazón a mi amor. Sentirás el consuelo de Dios, que te sostiene”.
Queridos hermanos y hermanas: ¿Qué podemos hacer ante Dios que nos sirvió hasta experimentar la traición y el abandono? Podemos no traicionar aquello para lo que hemos sido creados, no abandonar lo que de verdad importa. Estamos en el mundo para amarlo a Él y a los demás. El resto pasa, el amor permanece. El drama que estamos atravesando en este tiempo nos obliga a tomar en serio lo que cuenta, a no perdernos en cosas insignificantes, a redescubrir que la vida no sirve, si no se sirve. Porque la vida se mide desde el amor. De este modo, en casa, en estos días santos pongámonos ante el Crucificado —mirad, mirad al Crucificado—, que es la medida del amor que Dios nos tiene. Y, ante Dios que nos sirve hasta dar la vida, pidamos, mirando al Crucificado, la gracia de vivir para servir. Procuremos contactar al que sufre, al que está solo y necesitado. No pensemos tanto en lo que nos falta, sino en el bien que podemos hacer. 
Mirad a mi Siervo, a quien sostengo. El Padre, que sostuvo a Jesús en la Pasión, también a nosotros nos anima en el servicio. Es cierto que puede costarnos amar, rezar, perdonar, cuidar a los demás, tanto en la familia como en la sociedad; puede parecer un vía crucis. Pero el camino del servicio es el que triunfa, el que nos salvó y nos salva, nos salva la vida. Quisiera decirlo de modo particular a los jóvenes, en esta Jornada que desde hace 35 años está dedicada a ellos. Queridos amigos: Mirad a los verdaderos héroes que salen a la luz en estos días. No son los que tienen fama, dinero y éxito, sino son los que se dan a sí mismos para servir a los demás. Sentíos llamados a jugaros la vida. No tengáis miedo de gastarla por Dios y por los demás: ¡La ganaréis! Porque la vida es un don que se recibe entregándose. Y porque la alegría más grande es decir, sin condiciones, sí al amor. Es decir, sin condiciones, sí al amor, como hizo Jesús por nosotros