Estoy enferma,
mi voz no se escucha, esta obstruida mi garganta. Solía pensar que de todo podemos aprender
algo. Ahora mi enfermedad me dice que
calle, que escuche, que deje a un lado los problemas y contemple la grandeza de
Dios, su amor incondicional. El domingo,
a pesar o por mi gripa, que apenas empezaba, mi cerebro se relajo, y disfrute
de la misa como hace mucho no lo hacía. Casi
no canté, como suelo hacerlo, pero escuché, me envolví en el amor de Dios, que
me alejaba de cualquier distracción. Y
este domingo me tocaba proclamar Su Palabra, pero Dios me ha dicho que calle,
que escuche, que aprenda y tal vez que me llene de humildad, pues casi me glorío
de casi siempre estar dispuesta. Y lo estoy, pero Dios es quien decide y esta
vez, callaré, escucharé, y si Dios así lo permite, viviré una misa sin mi
canto. Y a propósito de la Cuaresma,
Dios nos pide que este espacio de tiempo lo usemos para reflexionar, que nos
alejemos de las distracciones de la vida cotidiana y nos acerquemos a El, que
siempre espera, y nunca se cansa de llamarnos a la conversión. Nos pide que hagamos una pausa en nuestra
vida y observemos nuestro camino: el que hemos dejado atrás y al que nos
dirigimos, para que no nos alejemos del único camino que vale la pena, el de
seguir a Jesucristo. Nos pide escucharlo.
Y ahora,
recordando, me doy cuenta que nosotros presenciamos lo que el Evangelio nos presentaba
el domingo pasado. Jesús se aparece
entre nosotros en la Eucaristía, y hay que tener ojos que vean y oídos que
oigan para reconocerlo, para hacer caso a las palabras de Dios Padre: “Este
mi Hijo amado, escúchenlo”. Ojala y no
esperemos la enfermedad para acercarnos a El, y lo hagamos desde ahora, agradeciéndole
el gran amor que ya nos mostró en su Hijo Jesús.