viernes, 26 de febrero de 2016

Aprender a Callar


Estoy enferma, mi voz no se escucha, esta obstruida mi garganta.  Solía pensar que de todo podemos aprender algo.  Ahora mi enfermedad me dice que calle, que escuche, que deje a un lado los problemas y contemple la grandeza de Dios, su amor incondicional.  El domingo, a pesar o por mi gripa, que apenas empezaba, mi cerebro se relajo, y disfrute de la misa como hace mucho no lo hacía.  Casi no canté, como suelo hacerlo, pero escuché, me envolví en el amor de Dios, que me alejaba de cualquier distracción.  Y este domingo me tocaba proclamar Su Palabra, pero Dios me ha dicho que calle, que escuche, que aprenda y tal vez que me llene de humildad, pues casi me glorío de casi  siempre estar dispuesta.  Y lo estoy, pero Dios es quien decide y esta vez, callaré, escucharé, y si Dios así lo permite, viviré una misa sin mi canto.  Y a propósito de la Cuaresma, Dios nos pide que este espacio de tiempo lo usemos para reflexionar, que nos alejemos de las distracciones de la vida cotidiana y nos acerquemos a El, que siempre espera, y nunca se cansa de llamarnos a la conversión.  Nos pide que hagamos una pausa en nuestra vida y observemos nuestro camino:   el que hemos dejado atrás y al que nos dirigimos, para que no nos alejemos del único camino que vale la pena, el de seguir a Jesucristo.  Nos pide escucharlo.


Y ahora, recordando, me doy cuenta que nosotros presenciamos lo que el Evangelio nos presentaba el domingo pasado.  Jesús se aparece entre nosotros en la Eucaristía, y hay que tener ojos que vean y oídos que oigan para reconocerlo, para hacer caso a las palabras de Dios Padre:   “Este mi Hijo amado, escúchenlo”.   Ojala y no esperemos la enfermedad para acercarnos a El, y lo hagamos desde ahora, agradeciéndole el gran amor que ya nos mostró en su Hijo Jesús.