miércoles, 30 de abril de 2025

Maria - Mujer de Nuestros Días - Don Tonino Bello

 







Quién sabe cuántas veces lo he leído sin sentir emociones, La otra noche, sin embar go, esa frase del Concilio, escrita bajo una imagen de la Virgen, me pareció tan audaz, que fui a la fuente para comprobar su autenticidad.


Eso es cierto. En el cuarto párrafo del decreto del Concilio Vaticano II sobre el Apostolado de los Laicos está escrito textualmente: «María vivía en la tierra una vida común a todos, llena de preocupaciones familiares y de trabajo».


Mientras tanto, María vivía en la tierra.


No sobre las nubes. Sus pensamientos no estaban en el aire. Sus gestos tenían como estancia obligada los perímetros de las cosas concretas.

Aunque el éxtasis era la experiencia a la que Dios a menudo la llamaba, no se sentía dispensada de la fatiga de estar con los pies en la tierra.


Alejada de las abstracciones de los visionarios, como de las evasiones de los descontentos o de las fugas de los ilusionistas, conservaba obstinadamente su domicilio en el terrible cotidiano.


Pero hay más: Vivía una vida común a todos.


Similar, es decir, a la vida de la vecina de casa. Bebía el agua del mismo pozo. Golpeaba el grano en el mismo mortero. Se sentaba en el fresco del mismo patio.


Ella también llegaba cansada por la noche, después de un día de trabajo.

A ella también le dijeron un día: «María, te estás haciendo el pelo blanco». Se reflejó, entonces, en la fuente y también experimentó la nostalgia de todas las mujeres, cuando se dan cuenta de que la juventud está acabando.


Las sorpresas, sin embargo, no han terminado, porque saber que la vida de María estuvo llena de preocupaciones familiares y de trabajo como la nuestra, nos hace esta criatura tan inquilina con las fatigas humanas, Nos hace sospechar que nuestro penoso feriado no tiene por qué ser tan trivial como pensamos.


Sí, ella también ha tenido sus problemas de salud, de economía, de relaciones, de adaptación. Quién sabe cuántas veces ha vuelto del lavadero con dolor de cabeza, o sobrepensamiento porque Jóse desde hace varios días en la tienda no tenía mucho trabajo.


Quién sabe a cuántas puertas ha llamado pidiendo algunos días de trabajo para su Jesús, en la temporada de los molinos de aceite.


Quién sabe cuántas tardes ha consumido melancólicamente a voltear el paño ya desgastado de José, y sacar un manto para que su hijo no desfigurara entre los compañeros de Nazaret.


Como todas las esposas, ella también habrá tenido momentos de crisis en la relación con su marido, del que, taciturno como era, no siempre entendió los silencios.


Como todas las madres, ella también espió, entre temores y esperanzas, en los pliegues tumultuosos de la adolescencia de su hijo.


Como todas las mujeres, ella también ha probado el sufrimiento de no sentirse comprendida, ni siquiera por los dos más grandes amores que tenía en la tierra. Y debe haber temido decepcionarlos. o no estar a la altura del papel.


Y, después de haber diluido en lágrimas el dolor de una soledad inmensa, habrá encontrado finalmente en la oración, hecha juntos, el gozo de una comunión sobrehumana.


Fuente: Maria donna dei nostri giorni, pgs 1, 2, 3., Don Tonino Bello

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