jueves, 29 de marzo de 2012

Tú eres mi vida en la eternidad




Tú eres mi vida en la eternidad

Queridos meditemos la precensia viva de Jesús en la Eucaristia, a traves de ésta reflexión de Don Dolindo Ruotolo:
En el mundo todo es muerte, todo es ruina.  Nosotros en realidad no vivimos, más morimos todos los días, caminamos por esta tierra y casi por En el mundo todo ha muerto, todo es ruina;  en realidad nosotros no vivimos, pero morimos todos los días, caminamos sobre esta tierra, y casi por ironía decimos de vivir:  "quotidie morior"  dice San Pablo. En esta carne se siente la consecuencia del pecado o aquél que San Pablo  llama el sueldo de esta triste capital, la muerte:  "stipendium pecados mors." Nos sentimos pesados de los hombros de ello y sentimos la muerte en todo nuestros músculos y bajo de nuestros ojos en realidad todo muere:  caen las hojas, se marchitan las flores, se mete el sol, se desgastan los mismos vestidos que vistes. Es todo un espectáculo de muerte, de paso;  como es todo un espectáculo de vida, de retorno. Nosotros, en cambio, en el retorno  de las cosas humanas no nos consolamos, porque en el fondo, para nosotros, cada retorno señala un nuevo paso.

Así dijo, arrepentido, el santo Job: “Porque para el árbol hay esperanza; si es cortado, se renovará, pero a mí ¿cuál esperanza es reservada?”.

Yo siento a Jesús como un Padre al que ha sido dicho:  Queremos sentir una poesía aún más "bella." Y tú nos contestas:  "¿Y si os hiciera sentir una cosa realmente más bella, como quedaríais vosotros? ¡seríais destruidos como por la dulzura!."

"Tú no eres, o mi Jesús, sólo mi vida espiritual, eres mi vida en la resurrección, mi vida en la eternidad”.

Y ahora una vez más a tu pies. Los años me pesan, la vida se arrastra fatigosamente hacia el sepulcro, yo siento en mí una nostalgia, una melancolía... algo vaporoso que no llego a discernir, que no logro a distinguir. Me siento destruido, desentonado, confuso;  me parece ser, si es posible decir, una rama despegada del  tronco, un sarmiento separado de la vid.

Yo te miro, me recojo, y he aquí que la muerte me aparece bonita, es un paso hacia de Ti;  el sepulcro me aparece glorioso, es un homenaje a tu grandeza, una confesión de mi nulidad. La imagen misma de un cuerpo corrompido me aparece poética porque Tú, Tú has señalado aquella carne y aquellos huesos, de tu vida inmortal, y es por Ti que este mi cuerpo no es algo que se ha disuelto y se ha de marchitar, pero es específicamente y realmente la simiente que es repuesta en el terreno para brotar a su tiempo.

Tú, mi Redentor, eres el hilo germinador, y, si me lo permites, el cotiledón.

Hoja carnosa que acompaña el embrión de las plantas fanerogame para nutrirlo mientras brota, n.d.r.) germinador.

Yo delante de Ti también siento mi inmortalidad en el cuerpo, no porque tenga derecho de ello, pero porque repica en mí el eco de tu divina palabra y tu promesa:  "Quien come mi cuerpo, y bebe mi sangre será resucitado por mí en el último día."

Pues, Tú eres la vida de esta misma carne que se marchita, de este mismo cuerpo que declina, de esta misma vida que desaparece, porque Tú eres la Resurrección y la vida.

Yo moriré, mi Jesús, moriré. ¡Ay, dulce momento, o muerte que te conviertes en vida!

Dos luchadores se disputan mi pobre fragilidad:  de una parte el espectro delgado de la muerte, ella que ha mandado delante de si, su relevo, diría casi:  la enfermedad, el dolor, la preocupación.

Tú eres el otro luchador, el vencedor de la muerte, la Resurrección y la vida. Tú lo dijiste, Redentor mio:  "Si la muerte tú pasaras, llamamé, yo soy la Resurrección y la vida." Tú vienes vivo, es decir inundas, inundas de alegría mi pequeña estancia;  se encienden alrededor de mi cama las velas, tiembla la llama, resplandece y vive también la pequeña vela que primero yació separada y como muerta, la vela en la Iglesia es la imagen de la vida de Jesús.

Tú vienes, yo te invoco. La muerte se esconde, sus delgadas manos se apartan, su dominio parte, tú has desdoblado hacia mí el dedo tuyo omnipotente y por el Tesoro Eucarístico reproduces la palpitación verdadera de tu Sacrificio de la Cruz.

Tú lo has dicho severamente:  "¿Dónde está o muerte tu victoria?"  Ella se ha desvanecido.

Tú has nutrido tu criatura;  en nutrirla como viático le has dado el principio de la vida eterna. Tu  criatura ya ha sido sida por ti transportado fuera de su cuerpo, por así decir;  Tú en el viático santo ya la has hecho ciudadana del Cielo, de modo que este cuerpo no puede decir más que cae bajo los golpes terribles de la muerte, pero se dormirá en tus brazos, reclinará sobre tu pecho su cabeza cansada, pasará, y dejará el vacío porque tú le has preparado el manto real de la gloria, porque tú mismo lo acompañas en la entrada de la Vida eterna.

Tú me has hecho para ti, y muriendo sobre la Cruz me has predestinado al Cielo. Ahora bien, mi Jesúscristo, no me has visto nunca niña, llorar sola en una habitación, extraviada, sin nadie;  ¿no me has visto nunca en una calle, sola, y como abandonada, lagrimar?

Soy tan pequeña, átomo imperceptible que ya me siento extraviada frente a mi tierra, que no sé localizar, a lo mejor, la calle para volver a casa. ¿Qué haría yo, saliendo fuera de este mundo, si tú no me acompañaras? Soy hija tuya y tú vienes en la muerte para acompañarme en la eternidad.

He aquí, el alma se aparta del cuerpo;  es un instante, es un momento. Aquí está delante de Dios:  esta alma no siente sino el peso de sus iniquidades y sus culpas, no siente sino la opresión de su nada;  y como siempre sale manchada, aunque tenuemente, pero siempre manchada, este alma es aneblada como, no halla su Dios, aunque os desdoble, vosotros la refuerzes, aunque ya se encuentra en su divina presencia.

Tú, Redentor mio bello, Tú eres para mí la guía, la luz, la fuerza, la reparación de mi miseria;  mi alma ha sido recogida en una prisión  tenebrosa donde se purifica. Yo, yo gimo, ardo, me retuerzo, me torturo, grito, grito, grito a mi Dios, grito a los míos queridos, grito a la Iglesia;  y Tú te ofreces, y de la tierra sube el perfume tu amor Eucarístico.

Yo me siento fresca, renacida, rehecha. La niebla se deslíe, se escabulle, aparece él eterno, el infinito Sol:  Dios Uno y Trino.

Tú,  Jesús mío eres mi luz, mi lumbre de gloria, mi fuerza, mi empujón. Yo vuelo, vuelo y en la infinita Trinidad yo diviso mi Mediador, yo recuerdo tus semblantes humanos. Mi padre, Tú eres mi vida eterna. Así sea.

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