lunes, 20 de junio de 2011

Pentecostés


En el día de Pentecostés la Iglesia Católica celebra su cumpleaños. En ese día recordamos la venida del Espíritu Santo a los apóstoles. Esta fecha, 50 días después de la Pascua se celebraba ya en la antigüedad como la fiesta de las semanas donde se entregaban los primeros frutos de la tierra a Dios y después paso a ser la celebración de la Alianza de Dios con su pueblo, pues ocurría en el día en que Dios entregó los Díez Mandamientos a Moisés en el monte Sinaí. Fue en este día que los discípulos de Jesús recibieron el don del Espíritu Santo y empezaron a hablar en idiomas distintos las maravillas de Dios. La gente que fue a presenciar que era lo que estaba pasando, los escuchó hablar en sus idiomas y estaban asombrados. Fue así que Pedro dio el primer discurso sobre Jesús empezando la labor de la iglesia de evangelizar a los pueblos, es aquí donde comienza la iglesia, con la evangelización de unas 3000 personas.

El Espíritu Santo es una de las tres Divinas Personas de la Santísima Trinidad. Es decir, es Dios Espíritu Santo. Nosotros profesamos que el Espíritu Santo es dador de vida, que proviene del Padre y del Hijo, que habló por los profetas y que Jesús nació de María Santísima por obra de El, el Espíritu Santo. Y así como habló por medio de los profetas en el Antiguo Testamento ahora actúa en la Iglesia. Es este Espíritu Santo que prometió Jesús a su Iglesia. El Espíritu Santo viene a nosotros el día de nuestro Bautismo, como prometió Jesús a sus apóstoles y nos sella con su unción el día de nuestra Confirmación. Es así como el Espíritu Santo reparte dones a su Iglesia cuyo cuerpo somos nosotros, cuya cabeza es Cristo y cuyo Espíritu es solamente uno. Así el Espíritu Santo reparte sus dones de sabiduría, inteligencia, consejo, fortaleza, ciencia, piedad y temor de Dios. Los frutos del Espíritu Santo son amor que es caridad, alegría que es también gozo, paciencia, bondad, mansedumbre, perseverancia, benignidad, templanza y generosidad. Los dones del Espíritu Santo van acompañados de siete virtudes: el don de sabiduría a la virtud de caridad, el don de inteligencia a la virtud de fe, el don de consejo a la virtud de prudencia, el don de fortaleza y valor a la virtud de fortaleza, el don de ciencia a la virtud de fe, el don de piedad a la virtud de justicia, el don de temor de Dios a la virtud de esperanza.

El siguiente es un resumen propio de los siete dones del Espíritu Santo en la Catequesis Sobre el Credo del Beato S.S. Juan Pablo II, cuyo contenido encontré en corazones.org El resumen en su mayoría son las propias palabras de el Beato S.S. Juan Pablo II o de corazones.org:


El don de sabiduría nos hace gustar de las cosas de Dios y vivirlas interiormente, asimismo el juzgar de las cosas humanas y a la creación con la mirada de Dios. Así, “el verdadero sabio (Sto Tomás) no es simplemente el que sabe las cosas de Dios, sino el que las experimenta y las vive “. El don de la sabiduría va unido a la virtud de caridad.

El don de inteligencia es una gracia por la cual podemos “comprender la palabra de Dios y profundizar las verdades reveladas”, “abre el corazón a la gozosa percepción del designio amoroso de Dios.” El don de inteligencia se es dado juntamente con la virtud de fe, que no solamente nos hace creer en Dios, sino también nos lleva a “la búsqueda con el deseo de conocer más y mejor la verdad revelada.”

El don de consejo “se da al cristiano para iluminar la conciencia en las opciones que la vida diaria le impone”. “… el cual enriquece y perfecciona la virtud de la prudencia y guía al alma desde dentro, iluminándola sobre lo que debe hacer, especialmente cuando se trata de opciones importantes (por ejemplo, de dar respuesta a la vocación), o de un camino que recorrer entre dificultades y obstáculos”. “El don de consejo actúa como un soplo nuevo en la conciencia, sugiriéndole lo que es lícito, lo que corresponde, lo que conviene más al alma”.

El don de fortaleza es la “fuerza sobrenatural que sostiene la virtud moral de la fortaleza. Para obrar valerosamente lo que Dios quiere de nosotros, y sobrellevar las contrariedades de la vida. Para resistir las instigaciones de las pasiones internas y las presiones del ambiente. Supera la timidez y la agresividad”. La fortaleza es la virtud que nos mantiene para no querer encontrar un camino que justifique el incumplimiento del deber (no ser honrados), en vez de eso, nos mantiene firmes en el propio deber. La timidez y la agresividad se dan si falta la fortaleza, hace a las personas tímidas con el poderoso y agresivas con el indefenso. “El don de la fortaleza es un impulso sobrenatural, que da vigor al alma no solo en momentos dramáticos como el del martirio, sino también en las habituales condiciones de dificultad: en la lucha por permanecer coherentes con los propios principios; en el soportar ofensas y ataques injustos; en la perseverancia valiente, incluso entre incomprensiones y hostilidades, en el camino de la verdad y de la honradez.”

El don de ciencia nos “da a conocer el verdadero valor de las criaturas en su relación con el Creador”. “Gracias a ella -como escribe Santo Tomás-, el hombre no estima las criaturas más de lo que valen y no pone en ellas, sino en Dios, el fin de su propia vida (cfr S. Th., 11-II, q. 9, a. 4).” “Así logra descubrir el sentido teológico de lo creado, viendo las cosas como manifestaciones verdaderas y reales, aunque limitadas, de la verdad, de la belleza, del amor infinito que es Dios, y como consecuencia, se siente impulsado a traducir este descubrimiento en alabanza, cantos, oración, acción de gracias.” “Así. El hombre, iluminado por el don de la ciencia” descubre la distancia entre el y su Creador, especialmente cuando peca, ve la pena en su miseria que lo hace acercarse más a Dios, confiando plenamente en El y encontrando en el la alegría por “la necesidad de ese infinito que lo acosa”.

El don de Piedad “sana nuestro corazón de todo tipo de dureza y lo abre a la ternura para con Dios y para con los hermanos”. La ternura para con Dios se manifiesta en la oración y nos hace pedir a Dios la gracia, ayuda y perdón dándonos una profunda confianza en Dios. La ternura para con los hombres se “manifiesta en la mansedumbre” y da “una nueva capacidad de amor hacia los hermanos“. El hermano piadoso mira a los demás como hijos del mismo Padre y los trata con fraternidad y amabilidad, pues los ve como parte de su misma familia, la iglesia. “…extingue en el corazón aquellos focos de tensión y de división como son la amargura, la cólera, la impaciencia, y lo alimenta con sentimientos de comprensión, de tolerancia, de perdón. Dicho don está, por tanto, es la raíz de aquella nueva comunidad humana, que se fundamenta en la civilización del amor.”

El don de Temor de De Dios nos d a un “Espíritu contrito ante Dios, concientes de las culpas y del castigo divino, pero dentro de la fe en la misericordia divina. Temor a ofender a Dios, humildemente reconociendo nuestra debilidad. Sobre todo: temor filial, que es el amor de Dios: el alma se preocupa de no disgustar a Dios, amado como Padre, de no ofenderlo en nada, de "permanecer" y de crecer en la caridad (cfr Jn 15, 4-7).” Este temor nos da “un sentido de responsabilidad y fidelidad a su ley.” “Ciertamente ello no excluye la trepidación que nace de la conciencia de las culpas cometidas y de la perspectiva del castigo divino, pero la suaviza con la fe en la misericordia divina y con la certeza de la solicitud paterna de Dios que quiere la salvación eterna de todos”. “De este santo y justo temor, conjugado en el alma con el amor de Dios, depende toda la práctica de las virtudes cristianas, y especialmente de la humildad, de la templanza, de la castidad, de la mortificación de los sentidos.”

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