miércoles, 25 de mayo de 2011

Mi primer Vigilia de Pascua

Cuando niña solía pasar mis vacaciones de Semana Santa en la pequeña comunidad rural donde aun viven mis abuelos.  Siendo un pequeño poblado no había sacerdote para cada domingo, el encargado de la celebración era mi abuelito, se leían las lecturas pero no celebrábamos la Eucaristía.  El sermón del Viernes, dado por mi abuelito, siempre era largo, yo observaba a  varias personas llorar, sin comprender muy bien el porque de su llanto.  Después crecí, y recordando todo lo que ha sido mi vida, lloré y lloré.  No podía comprender el porque de mis faltas, el porque de mi soberbia de no comprender mis faltas, si, no podía comprender porque después de pasar una infancia (que por cierto fue bastante alargada) cuidándome de no cometer la más pequeña falta para no añadir al sufrimiento de Jesús, porque después de leer tanto sobre su sufrimiento, porque después de tenerlo siempre presente, porque lo había olvidado, porque caí.  Aun no logro comprender porque sintiendo el dolor que causa en mi el pecado, porque pecaba, porque peco.  Mi soberbia consiste o consistía en esto: porque no puedo comprender el porque peco.  Poco a poco he logrado comprender que mi naturaleza humana es imperfecta, que se peca a veces sin saberlo, sin darnos cuenta.  Que por eso vino Jesús al mundo, para mostrarnos el camino hacia Dios, Y no se porque me vienen a la mente estas palabras de Jesús “por eso sean perfectos como mi Padre del cielo es perfecto”.  Y ante estas palabras no puedo decir nada.  Y es en este pasado de comprender y sentir el dolor del pecado que llego cada Semana Santa al servicio del Viernes Santo.  No comprendiendo el porque de nuestros pecados lloro, no comprendiendo el porque de nuestras penas, lloro, no comprendiendo supongo del todo, el plan de Dios.  Y es que el amor de Dios es tan grande que abarca santos y pecadores, y es tan grande que nos dio a su único hijo, y el saber que mis culpas se añadieron a su sufrimiento, lloro, y al darme cuenta de este amor perfecto de Dios, lloro, son sentimientos encontrados.  Aun después de la cuaresma me es difícil observar a Cristo crucificado, sabiéndome también causante de su crucifixión.  Y en eso consiste mi tristeza.  Y he aquí que Dios viene a mi auxilio, fue tanto mi sentimiento de culpa que casi decido no volver más a proclamar la palabra de Dios, a leer desde el ambón por sentirme indigna de El, pero Dios en su infinita bondad me da la oportunidad de proclamar en la Vigilia Pascual, la sexta lectura.  Me sentía tan honrada y a la vez tan indigna que quise verme lo mejor posible, no quería que nada saliera mal.  Fui a la práctica y aprendí lo siguiente: las lecturas se leen en la obscuridad, a la luz del Cirio Pascual, y para los lectores también una pequeñísima lámpara.  Muchas veces había visto en televisión la misa del Domingo de Pascua desde el Vaticano, pero no la vigilia, y si alguna vez la vi no me percate de las luces o por lo menos no lo recordaba.  Y temí lo peor: y si no puedo leer, y es que yo no puedo ver muy bien de noche.  Tendría que estar afuera para presenciar como encienden el Cirio Pascual, encender mi velita y entrar a la iglesia sin más luz que la de las velas y entre en pánico.  Y se llego la noche, y sin saber de mis limitaciones la coordinadora de los lectores me sugirió que esperara adentro, así que  espere dentro de la iglesia y le informe que necesitaría ayuda para llegar al ambón, y el señor que iba a tomarnos de la mano para subir la escalera lo haría, problema resuelto.  Espere con emoción y temblando a que empezara la misa.  Y que lindo fue, ver el Cirio Pascual y las velitas de la gente entrar a la iglesia, me hubiera gustado empezar desde afuera, pero esto para mis ojos y para mi alma fue un bálsamo de luz y del amor de Dios.  Y es que a mi también me trajeron una velita, la luz de Cristo, comprendí tantas cosas, Cristo en nosotros, con nosotros, mi amigo Jesús se manifiesta en nuestros corazones  y es un gran regalo, el mejor.  “Yo soy la luz del mundo”, dice Jesús.  Y se llego el momento de apagar las velitas, solo quedo el Cirio Pascual.  Escuché con impaciencia cada lectura, y fui comprendiendo un poco más el amor de Dios sobre los hombres, casi lloro, la creación, la alianza con Abraham, el escuchar que Dios nunca, nunca se olvidara de nosotros, el saber que sus mandamientos son sabiduría verdadera, todo cada lectura acercándonos más y más a la alianza perfecta en Cristo Jesús, a su salvación para con nosotros, a su amor, a su resurrección.  Y encendieron las luces, se proclamó la última lectura y después el Evangelio, cantado. Fue tanta la alegría de saber que Jesús había resucitado.  Que aun yo, en mi miseria, en mi tristeza, tengo la oportunidad de resucitar también con El, que muertos al pecado en el bautismo tenemos la esperanza de la resurrección, que aunque soy imperfecta, aunque soy pecadora, soy pecadora arrepentida, que siempre existe la oportunidad de regresar a Dios, que tengo como amigo al mejor de los hombres, aquel que como dijo una amiga, es el amigo que nunca falla.  Y Dios en su misericordia me dio una esperanza, Jesús mismo, aún no logro sin comprender el amor de Dios para una pecadora como yo, no lo entiendo, solo se que es tan grande que Jesús no solamente murió por mi y por todos los hombres, pero que también resucitó por nosotros “Resucitó de veraz mi amor y mi esperanza”, Dios Padre por amor a su Hijo y por amor a los hombres, lo permitió.  Cristo, no esta muerto, esta vivo, y vive en mi, no lo entiendo, pero me causa una tremenda alegría.

P.D. Pude leer, fue más brillante la luz de Cristo y la ayuda del Espíritu Santo, que todas las tinieblas de mis inseguridades. ¿Pueden imaginarse la alegría de los apóstoles al ver a Jesús otra vez?

¡Viva la gracia y muera el pecado y viva Cristo Resucitado!

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