viernes, 3 de octubre de 2025

Francisco, a través de los sagrados Estigmas, tomó la imagen del Crucificado - San Buenaventura

 Francisco, siervo fiel y ministro de Cristo, dos años antes de dar a Dios su espíritu, se retiró a un lugar alto y solitario, llamado monte della Verna, para hacer una cuaresma en honor de san Miguel Arcángel. Desde el principio sintió con mucha más abundancia que de costumbre la dulzura de la contemplación de las cosas divinas y, inflamado más por deseos celestiales, se sintió favorecido cada vez más por inspiraciones desde lo alto.

Una mañana, hacia la fiesta de la Exaltación de la santa Cruz; recogido en oración sobre la cima del monte, mientras era transportado a Dios por ardores seráficos, vio la figura de un Serafín descendiente del cielo. Tenía seis alas resplandecientes y flamantes. Con vuelo muy rápido llegó y se detuvo, levantado de la tierra, cerca del hombre de Dios. Apareció entonces no solo alado sino también crucificado.

A esta vista Francisco fue llenado de estupor y en su alma había, al mismo tiempo, dolor y alegría. Sentía una alegría sobreabundante en ver al Cristo en aspecto benigno, apareciéndole de modo tanto admirable como afectuoso pero en mirarlo así confesado a la cruz, su alma estaba herida por una espada de compaciente dolor.

Después de un arcano e íntimo coloquio, cuando la visión disparve, dejó en su alma un ardor seráfico y, al mismo tiempo, dejó en su carne los signos externos de la pasión, como si se hubieran impreso sellos sobre el cuerpo, hecho tierno por la fuerza fundente del fuego.

Enseguida comenzaron a aparecer en sus manos y pies las marcas de los clavos; en el incávo de las manos y en la parte superior de los pies aparecieron las cabezas, y del otro lado las puntas. El lado derecho del cuerpo, como si hubiera sido atravesado por un golpe de lanza, estaba cubierto por una cicatriz roja, que a menudo emitía sangre.

Privilegio nunca concedido en los siglos pasados, llevaba consigo la imagen del Crucifijo, no tallada por artista humano en tablas de piedra o de madera, sino trazada en su carne por el dedo del Dios vivo.

De la  «Leggenda minor» di san Bonaventura 

(Quaracchi, 1941, 202-204)

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