jueves, 2 de agosto de 2012

A propósito de las olimpiadas



1 Corintios 9:16-27

16 Si anuncio el Evangelio, no lo hago para gloriarme: al contrario, es para mí una necesidad imperiosa. ¡Ay de mí si no predicara el Evangelio! 17 Si yo realizara esta tarea por iniciativa propia, merecería ser recompensado, pero si lo hago por necesidad, quiere decir que se me ha confiado una misión.18 ¿Cuál es entonces mi recompensa? Predicar gratuitamente la Buena Noticia, renunciando al derecho que esa Buena Noticia me confiere.  19 En efecto, siendo libre, me hice esclavo de todos, para ganar al mayor número posible.20 Me hice judío con los judíos para ganar a los judíos; me sometí a la Ley, con los que están sometidos a ella –aunque yo no lo estoy– a fin de ganar a los que están sometidos a la Ley.21 Y con los que no están sometidos a la Ley, yo, que no vivo al margen de la Ley de Dios –porque estoy sometido a la Ley de Cristo– me hice como uno de ellos, a fin de ganar a los que no están sometidos a la Ley. 22 Y me hice débil con los débiles, para ganar a los débiles. Me hice todo para todos, para ganar por lo menos a algunos, a cualquier precio. 23 Y todo esto, por amor a la Buena Noticia, a fin de poder participar de sus bienes. 24 ¿No saben que en el estadio todos corren, pero uno solo gana el premio? Corran, entonces, de manera que lo ganen.25 Los atletas se privan de todo, y lo hacen para obtener una corona que se marchita; nosotros, en cambio, por una corona incorruptible. 26 Así, yo corro, pero no sin saber adonde; peleo, no como el que da golpes en el aire.27 Al contrario, castigo mi cuerpo y lo tengo sometido, no sea que, después de haber predicado a los demás, yo mismo quede descalificado.




Reflexión:
Es verdad que los atletas se preparan para lograr ganar una corona, ahora una medalla, y es admirable el gran esfuerzo que hacen tan solo para llegar  a las olimpiadas.  Asi mismo, San Pablo nos pone de ejemplo a los corredores y nos pide que corramos hacia nuestra meta que es Cristo, para asi gustar de la salvación eterna que Jesús, nuestro Señor, nos ha ganado con su muerte y resurrección.  Así, San Pablo nos muestra que el predicar el Evangelio es en si una recompensa, pero que debemos con disciplina, valiendonos de la gracia de Dios, someter nuestro cuerpo, es decir, no dejar que nuestras debilidades se conviertan en pecado, para que no quedemos descalificados en la gran carrera que tiene como premio el gozo eterno de la Santisima Trinidad, con nuestra madre la Virgen Maria, con los angeles, y con los santos, en el cielo.  La vida es esta carrera y la corona incorruptible, nuestra salvación.  No olvidemos que se nos dice que no podemos ni imaginar lo que Dios, en su amor, nos tiene preparado en el cielo.  Luchemos por esa corona que no se marchita.

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