lunes, 10 de marzo de 2025

La Misión de Angiolino

 Angiolino estaba preocupado. El Eterno Padre le había asignado la misión de consolar a su agonizante Hijo. "  ¿Qué podría necesitar el Señor?", pensó entre sí. 

En un abrir y cerrar de ojos dejó la gloria del paraíso, llegó a Palestina, se dirigió a Jerusalén y se desvió hacia Getsemaní. 

Allí se detuvo lleno de estupor: el mismo Dios que había contemplado fulgurante de infinita gloria, aquel mismo Dios ante el cual estaba siempre en adoración, ahora estaba allí, en la oscuridad, postrado al suelo, todo tembloroso y angustiado. «¡Tengo que encontrar a alguien que lo consuele!» se dijo dirigiéndose hacia los Apóstoles. «Seguramente ellos están dispuestos a ayudarme: ¡han recibido muchas enseñanzas y han visto muchos milagros!». Pero los Discípulos dormían.

«¡Qué desilusión! ¡Quizás entre los milagrosos encuentre a alguien dispuesto a consolarlo!». El pobre Angiolino recorrió toda la Judea: visitó a los ciegos que veían, a los lisiados que caminaban, a los sordos que oían, pero todos estaban empeñados en celebrar la Pascua. 

«Todos piensan en celebrar y no hay nadie que piense en el Señor! Quiere decir que iré adelante y atrás en el tiempo reuniendo las almas santas del pasado y del futuro!». 

Angiolino no tardó mucho: con una velocidad supersónica trajo un ejército de almas. Entre las antiguas se destacaban el rey David, el profeta Isaías, Moisés, Jeremías y todos los demás profetas. Brillaban con una luz muy especial San José y San Juan Bautista. 

Entre las almas del futuro estaban los Apóstoles ya convertidos en valientes, huestes de mártires, de vírgenes y de confesores. Se veía a santa Clara que susurraba conmovida: «Era toda la vida que pedía esta gracia...», junto a ella estaba san Francisco, san Antonio, santa Verónica, luego san Domingo, santa Catalina de Siena, santa Gema, san Juan Bosco, San Maximiliano María Kolbe... y San Pío que, confundido y profundamente conmovido, asumía sobre sí la pesísima Cruz, compartiendo con Cristo los atroces sufrimientos de la Pasión. 

Jesús tuvo un gran alivio, pero la visión de las numerosísimas almas que habrían despreciado su Sacrificio lo postraba y se afligía aún profundamente. 

Entonces, Angiolino como un relámpago se dirigió hacia la casa de la Inmaculada. La Señora estaba ofreciendo todo con Jesús. «Mi dulce Reina, no quería molestarte, porque sé que estás sufriendo mucho y necesitarías ser consolada tú misma, pero eres la única que puede ayudarme!». 

«Angiolino querido, en este momento mi único consuelo es precisamente el de poder consolar a Jesús! ¡Arriba, rápido! Vuelve al Huerto de los Olivos y llévale mi Corazón!». 

Angiolino todo tembloroso tomó aquel preciosísimo Corazón en sus manos de luz y lo llevó enseguida a Jesùs.



- Miriam Soter -


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