Una vieja anécdota cuenta de una vela rebelde que no quería arder. Esto nunca se había visto: una vela que se niega a encenderse.
Todas las velas del armario se horrorizaron.
Una vela que no se encendió era algo inaudito!
Todas las velas desean ser puestas sobre el tragaluz y arder e iluminar la habitación cuando las sombras de la tarde descienden cubriendo con una espesa capa de oscuridad las casas de los hombres.
Todas, excepto aquella joven vela roja y dorada, que repetía obstinadamente: ¡«No, luego no! Yo no quiero arder. Cuando nos encendemos, en un instante nos consumimos. Yo quiero permanecer como soy: elegante, bella y sobre todo entera!».
«Si no te quemas es como si ya hubieras muerto sin haber vivido», replicó una gran vela, que ya había iluminado muchas noches. «Tú estás hecha de cera y mecha, pero esto no es nada. Cuando te quemas eres realmente tú y estás completamente feliz».
«La vida no está hecha de palabras y no se puede entender con las palabras, hay que pasar por ellas», continuó el cirio. «Solo quien se compromete con su ser cambia el mundo y al mismo tiempo cambia a sí mismo. Si dejas que la soledad, oscuridad y frío avancen, envolverán el mundo».
«¿Quieres decir que nosotros servimos para combatir el frío, la oscuridad y la soledad?».
«Claro» repitió el cirio. «Nos consumimos y perdemos elegancia y colores, pero nos hacemos útiles y estimados. Somos los caballeros de la luz».
«Pero nos consumimos y perdemos forma y color».
«Sí, pero solo así podemos vencer la oscuridad de la noche y el frío del mundo», concluyó el candelabro.
Así que la vela roja y dorada se encendió.
Brilló en la noche con todo su corazón y transformó en luz su belleza, como si tuviera que vencer por sí sola a todo el frío y la oscuridad del mundo.
La cera y la mecha se consumían lentamente, pero la luz de la vela seguía brillando durante mucho tiempo en los ojos y en el corazón de los hombres por quienes había sido quemada.
«Vosotros sois la luz del mundo; no puede quedar oculta una ciudad que está sobre un monte, ni se enciende una lámpara para ponerla bajo el cenador, sino en el candelero, y así ilumina a todos los que están en la casa».
«Señor, haz de mí una lámpara; me quemaré a mí mismo, pero le daré luz a los
otros».
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