A la cueva de Belén llegaron con dificultad, incluso dos burros.
Estaban cansados y molestos.
Sus lomos estaban desgarrados por las pesadas bolsas que el molinero, su amo, cargaba diariamente y por los golpes de bastón que no ahorraba.
Habían oído a los pastores hablar del Rey de Reyes que vino del Cielo y ellos también habían acudido. Siguieron esa estrella y delante de la cueva, se quedaron a contemplar al Niño.
Le adoraron, rezaron como todos y pusieron a sus pies como don lo único que tenían: su vida. Y sus dolores, sus penas...
Al salir les esperaba el despiadado molinero y los dos burros partieron con la cabeza baja, con el pesado bastón sobre la espalda. "No sirve de nada", dijo uno, "le rogué al Mesías que me quitara la carga y no lo hizo".
"Yo en cambio", respondió el otro, que trotaba con cierto vigor, "le pedí que me diera la fuerza de llevarlo!".
Y si alguien te dice: "La vida es dura", pregúntale: "¿En comparación con qué?".
- Don Bruno Ferrero -

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