Un día, Satanás descubrió una forma de divertirse.
Inventó un espejo diabólico que tenía una propiedad mágica: hacía parecer mezquino y arrugado todo lo que era bueno y bello, mientras que hacía ver grande y detallado todo lo que era feo y malo.
Satanás estaba por todas partes con su terrible espejo.
Y todos los que se miraban dentro se estremecían: todo parecía deformado y monstruoso.
El maligno se divertía mucho con su espejo: cuanto más repugnantes eran las cosas, más le gustaba.
Un día, el espectáculo que le ofrecía el espejo era tan agradable a sus ojos que estalló en risa de manera descompuesta: el espejo se escapó de sus manos y se rompió en millones de pedazos.
Un poderoso y malvado huracán hizo volar los fragmentos del espejo por todo el mundo.
Algunos fragmentos eran más pequeños que granos de arena y entraron en los ojos de muchas personas.
Estas personas comenzaron a ver todo al revés: solo se daban cuenta de lo que era malo y veían maldad por todas partes.
Otras astillas se convirtieron en lentes de contacto.
La gente que se ponía estas gafas ya no podía ver lo que era correcto y juzgar con rectitud.
No has conocido a hombres así antes?
Algunos trozos de espejo eran tan grandes que se usaron como vidrios para ventanas.
Los pobres que miraban por esas ventanas solo veían vecinos desagradables, que pasaban el tiempo haciendo cosas malas.
Cuando Dios se dio cuenta de lo que había sucedido, se entristeció.
Decidió ayudarlos.
Dijo: «Enviaré a mi Hijo al mundo. Él es mi imagen, mi espejo. Refleja mi bondad, mi justicia, mi amor. Refleja al hombre como yo lo he pensado y querido».
Jesús vino como un espejo para los hombres.
Quien se reflejaba en Él, redescubría la bondad y la belleza y aprendía a distinguirlas del egoísmo y de la mentira, de la injusticia y del desprecio.
Los enfermos recuperaban el valor para vivir, los desesperados recobraban la esperanza.
Consolaba a los afligidos y ayudaba a los hombres a vencer el miedo a la muerte.
Muchos hombres amaban el espejo de Dios y siguieron a Jesús.
Se sentían inflamados por él.
Otros, en cambio, se llenaron de ira: decidieron romper el espejo de Dios.
Jesús fue asesinado. Pero pronto se levantó un nuevo y poderoso huracán: el Espíritu Santo.
Levantó los millones de fragmentos del espejo de Dios y los sopló por todo el mundo.
Quien recibe incluso una pequeña chispa de este espejo en sus ojos comienza a ver el mundo y las personas como los veía Jesús: se reflejan en los ojos ante todo las cosas bellas y buenas,
la justicia y la generosidad, la alegría y la esperanza; las maldades y las injusticias, en cambio, parecen modificables y superables.
Lo ha asegurado Jesùs: «Yo rogaré al Padre y él os dará otro defensor que estará siempre con vosotros, el Espíritu de la verdad».
- Don Bruno Ferrero -
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