Alguien escribió que la maravilla es la base de la animación. Es verdad. Más aún, la mayor impiedad no es tanto la blasfemia o el sacrilegio, la profanación de un templo o la profanación de un cáliz, sino la falta de asombro.
Hoy hay una crisis de éxtasis. El factor sorpresa está disminuyendo. No se excita por nada. Hay un insoportable estancamiento de déjà vu: de cosas ya vistas, de experiencias ya hechas, de sensaciones sometidas a repetidos ensayos.
Estamos aplanados por los estándares, homologados por los prisioneros de la repetición modular. Será culpa de la cibernética o de quien sabe qué otro accidente, pero es cierto que la fantasía agoniza. Sobrevive, por suerte, solo en los niños. Sería necesario reutilizar el Salmo octavo, en el que se densifica el rapto extático de quien contempla la gloria de Dios, que «se escuaderna», como diría Dante, por todo el universo.
«Señor, nuestro Dios,
Cuán grande es tu nombre
sobre toda la tierra» (Sal 8,1).
Si tuviéramos los ojos de un niño, deberíamos ser capaces de leer esta inscripción en toda la curva del cielo, de este a oeste.
Con los caracteres grabados por rayos en días de tormenta, con cirros blancos, en los meses de invierno. Con nubes de fuego, en las noches de primavera.
Fomentar la capacidad de asombro.
No desdeñar como ceder a la seriedad orgánica del pensamiento el intento de indicar en la belleza el camino privilegiado hacia el cual Dios se revela.
El mar tempestuoso o el firmamento en las noches de agosto, el color de las flores que brotan en los grietas o el hechizo de las cimas nevadas, el anhelo de los árboles que se tambalean en la tormenta o el resplandor de los ojos de una mujer, No han cesado de proclamar el nombre de Dios sobre toda la grandeza de la tierra.
Sin asombro es difícil el encuentro con Dios.
Sin raptos extáticos es imposible hablar con él. Al máximo, con Dios podrá haber relación mercantil, basada en las contracciones de la demanda y en la oferta: sobre todo en los momentos del miedo o del fracaso. Pero no encuentro personal, ni abandono de confianza, y mucho menos, embriaguez de amor.
- Don Tonino Bello
Fuente: "Dire Dio oggi. Dallo stupore alla trascendenza" ; Scrigni, collana diretta da don Ciccio Savino, Ed. Insieme, pagg. 6 e 7.